11 de septiembre de 2011

Esto no es una disculpa.


Lo siento, lo siento mucho, aunque esto no es una disculpa. Odio las canciones que son totalmente felices, totalmente teñidas de amarillo, sin ningún azúl nostálgico con el que se ponga en contraste (y por consiguiente, en duda) toda esa expansividad, todo el amplio gesto hacia el sol y su dominio. Odio el idealismo (sinónimo de credulidad inocente, y por tanto, ignorante) y el tropel de momentos kitsch que arrastra. Odio los que elaboran con engrudo de drogas y psicodelia postmoderna una máscara estúpida de autocomplacencia. Odio la inercia acompañada de complejos de superioridad moral. Sobre todo, odio a rabiar a los que no hacen más que fingir la vida, a los que nunca entregan nada y toman todo, a los que van a quedar de cuerpo intacto en el ataúd. 

Lo siento mucho, porque una sola palabra de lo que llamarían cursilería está henchida de toda una vida, el gesto más pequeño es capáz de borrar años de actos vacíos de significado, un abrazo es capáz de derrotar ese montón de nada en el que se hunden los pertenecientes a esta era, que no hace más que expeler las flatulencias del siglo pasado.