8 de diciembre de 2013

Piel Canela

No soy blanca, no porto en mi piel el grillete del imperialismo europeo, su estúpida arrogancia. Mi piel se llena de color con el grito de los lencas, con la callada sabiduría de los chortíes, con el llanto de viento y tierra, lejos de sus castillos y sus abolengos cuidadosamente guardados para convencerse a través de centurias de su importancia.

Mi cabello es oscuro como la noche, como la muerte; el sentimiento se porta en las manos, palpita, sangra y crece como la vida. No son necesarias las máscaras, y el sacrificio es la obsidiana que delínea el amor. El que desprecia la ofrenda de amor desprecia la vida entera.

No ansío sus cabellos rubios, porque los hilos del sol en la noche son saetas de muerte. No ansío sus ojos descoloridos, porque la profundidad de mis tinieblas es más fuerte que sus falsas esmeraldas. No ansío su piel de porcelana, porque en mi piel el latido de la tierra oscurece sus artificios.

No vengo de más allá de un océano. No necesito ancestros en gélidas tierras. Soy mi propia tierra, mi propio país, con sus ríos de llanto que surcan mis pechos. Y mientras ustedes se ufanan colocándose nombres como quien se coloca sombreros, yo porto mi nombre en mi vientre, un nombre más antiguo que sus escudos y sus sígiles, más antiguo que sus castillos y sus lenguas, más antiguo que su orgullo ciego.

Volcanes

Es curioso que en Honduras no hayan volcanes activos... Nicaragua los tiene y sin embargo no sufren explosiones. Todo es suave, armónico, todo fluye perfectamente, como el agua.

Honduras, sin embargo, tiene una topografía llena de heridas y cicatrices. Cualquiera que se atreva a darle una caricia es capaz de sentir los momentos de cada incisión, el desgarre de la piel contra el concreto, los puntos convalecientes en el cráneo... En este país nada es fluido, todo es escarpado y brutal como una cuchillada. Todo duele hasta los dientes o hasta las lágrimas.

Aquél que tenga la vocación de poner su oído contra el pecho de este país será el único que podrá percibir la crepitación de un fuego interior, como un llanto que calcina. Un dolor palpitante que se contrae y se dilata, esparciéndose por todo el cuerpo hasta que finalmente explota, emerge por los dedos de las manos, se derrama como gritos por la boca, abrasa los globos oculares y es lava lo que delínea su curso en el rostro.

Lava que chorrea en el suelo... Lava desintegrando palabras, lava que escoce el alma hasta los tuétanos, lava que destruye el dominio de la levedad. Lava maldita.

Magma infinito que reside en las entrañas. ¿Cómo apagar un fuego tan elemental?