10 de febrero de 2014

Los Iluminados de la fe de Narciso

Sí, imbéciles, me siento acá en esta silla con la confianza del asesino en serie, las piernas muy abiertas, y balanceando en mi mano ciertas verdades como quien balancea un machete. Sí, aquí estoy, idiotas contentos; aquí está quien puede escupirles a la cara el gargajo de su hipocresía en una regurgitación limpia y precisa. Realmente no encuentro nada de malo en que el ardor de su genitalia los impulse a erigir puentes sobre todo el espacio etéreo, en espera que otro ser humano "pique" y así deslizarse por ese puente intangible a las triunfantes puertas del coito: después de todo, la vasta mayoría de ustedes resultan ser poco más que primates amaestrados para la adaptación gregaria. Lo que me ocasiona una diversión empapada de desprecio al observarlos es la forma en la pretenden, además de llegar al ansiado premio carnal que, de hecho, es el impulso vital tras cada uno de sus días, satisfacer su vanidad "superior" a la hora de elegir el "afortunado" receptáculo para sus tantos fluidos. Para ese fin se dedican al ya tan malgastado recurso de la adulación. Todo comienza, obviamente, adoptando la "pose" ideal de lo que, justo como las sombras en la caverna de Platón, se percibe como "superior", "iluminado" o "culto". Nótese cómo el conocimiento no es el impulsor de las posturas que se adquieren: es la apariencia del conocimiento lo que se persigue, lo que como frase de por sí ya resulta ofensivo, terriblemente estúpido y ridículo en proporciones inconcebibles. Esta apariencia se consigue pertrechándose de los objetos que otros "seres previamente iluminados por la cultura" determinaron como los adornos obligatorios para aquellos que aspiran a verse rebosantes de conocimiento. El mundo actual, por ejemplo, ha decidido que para verse culto es necesario forrar los perfiles digitales, las paredes de las habitaciones y las camisetas con imágenes de Los Beatles. Cualquier idiota que porte una pieza de merchandising de la previamente mencionada banda es "interesante, inteligente, culto y de buen gusto", aunque no entienda de qué mierdas están cantando unos tipos que tienen más de cuatro décadas de haberse separado. Lo mismo se da con los libros, por supuesto: para acceder a la "cultura", Cortázar es lectura IMPERATIVA, si no quiere usted darse de bruces con todas las entusiasmadas muchachitas de calzones mojados o, caso contrario, con todos los briosos jovencitos con emocionadas erecciones de vanidad intelectual. Así, así, con estos dos requisitos cubiertos, sabiendo hablar de los libros y las bandas "superiores y cultas", podrá usted encontrar un coge adecuado a su grandeza mental, un coge que no lo avergüence cuando entra al café o bar de su preferencia a desentrañar las profundidades semióticas de la existencia en los cafés y los bares. Así podrá usted compartir cuanta frase pendeja se le aparezca por la red social de su preferencia, porque una persona "iluminada y culta" reconoce los nombres de autores "iluminados y cultos", de manera que se esfuerza en tapizarse a sí mismo de estas frases, aunque no tenga ni la menor puta idea de qué puto libro salieron o si en efecto fueron escritas por el autor que se les adjudica. Así podrá usted lambisquearle el culo a otro ser vacío de conocimiento pero con apariencia de erudito, y si Fortuna le concede sus dones, ese otro ser comenzará a lambisquearle el culo a usted también, hasta que ambos lleguen al Elíseo del placer v-anal. 

El lector inteligente, de los cuales no hay tantos, entenderá a la perfección que de lo que versa este pequeño escrito no es en discutir ni el trabajo de Los Beatles ni el de Cortázar, sino en un mero ejercicio de observación de las conductas sociales, un inocente intento por llegar a una pequeñísima mota de conocimiento a través de un poco de esfuerzo propio, sin atenerse a estúpidas reglas de círculos dedicados a la cultivación de la fe de Narciso.