Salió.
En estos días, la levedad se apoderaba de ella, haciéndola volátil,
blanca como un pañuelo. El viento notó el cambió de luz, pero se
escondió, aguardando el momento en que pudiese tocarla. Esperó sin
verla, sintiéndola, pero sin verla. Ella caminaba inmersa en un pantano,
con los ojos fijos en la luz verde del agua estancada, enraizada como
un nenúfar a la superficie del agua. Tímidamente, el viento pasó una
mano por su cabello. Le acarició el rostro. Ella sonrió, pero para sus
adentros, hacia su marea interior, ignorando las suaves aproximaciones,
abriendo espacios para el juego. El se precipitó a sus pies, en
un golpe-beso que la sacó de su contemplación. Afloró en sus ojos la
mirada del viento, la que era invisible para todos los amantes menos
para él. Se inflamó, se hinchó ante ella, irguiéndose alto,
impetuoso. "Tragedia..." susurró. Entonces se derramó sobre
ella, violencia en mano, frío en los labios, destrucción en los huesos,
hielo en las sienes ardientes.
Ella cerró los ojos y se abandonó al vaivén (surcos de historia azul).
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