14 de mayo de 2010

El Símbolo

Es mío. Me levanto en la mañana, lo veo de reojo mientras me alisto, lo acaricio un poco. Finalmente él me llama, y yo lo tomo, ensimismada con el recuerdo. Recorro cada pizca de su cuerpo, lo acerco a mi cara, todo esto a prisa pero a mi tiempo. Entonces decido que hoy es un buen día para sacarlo a pasear.

Salgo a la calle con él. Ahí está, hermoso, tintineante, deshaciendo sus reflejos en la calle, en los transeúntes, en los árboles, en los carros. Es mío. Vamos juntos. Y toda la gente hoy parece alborotada por su presencia. Me notan, a mí, que soy tan visible como un acetato, gracias a él. "Hermosa," dicen. "Preciosa." "Qué linda." "Mi amor." ¡Pero yo no soy hermosa, ni preciosa, ni linda! Son todas palabras de amor para él, el danzante, el que enamora.

Es mío. Es ajeno, porque es tuyo, como todavía lo es, pero es mío, porque te lo robé, porque escogí arrancártelo para no quedarme tan sola.

Todavía escucho su canción a través de las paredes de sangre y carne...

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