15 de junio de 2010

La Célula


Constantemente hablamos del cambio. Hablamos de cómo nuestras vidas se van desenvolviendo, de cómo ese ignoto punto de partida parece cada vez más lejano y radicalmente diferente a nuestra realidad presente, y cómo el futuro es un prospecto de mayores frenesíes, de caminos y decisiones que prometen alejarnos aún más de la persona que somos y que fuimos.

Cada una de nuestras palabras es una declaración de esta ilusión de cambio. "Me mudé a otro país." "Obtuve un grado académico." "Tuve un hijo." "Conseguí un empleo." "Comencé otro proyecto." "Tengo una relación." "Dejé mi relación." Nos encontramos totalmente absortos en la idea de que hay y habrán siempre nuevos y mayores estímulos, de que el cambio vendrá, sea o no controlado por nuestra voluntad.

Sin embargo, no percibimos que todo lo que hace posible nuestro cambio es externo. Estamos inevitablemente regidos por las colectividades, por las masas, por el engranaje social que se cierne sobre el individuo. Somos actores y actrices de la célula. Tenemos una función, que, a pesar de ser completamente reemplazable, nos define y nos sitúa en un contexto y nos da una misión para enriquecer el bien común. El cambio no existe: simplemente son las etapas de la célula llevándonos a los procesos requeridos para la esclavizante simbiosis.

¿Es posible concebir una vida que trascienda la célula? ¿Es posible acariciar la idea de una libertad más allá de la sociedad? ¿Es posible que la individualidad rechace la simbiosis para subsistir y evolucionar lejos de una colectividad? ¿Se puede concebir un ámbito incondicionado e ilimitado? ¿Puede el individuo alcanzar las entrañas de lo absoluto, o se encuentra por siempre condenado a vivir aferrado a su historia, a su circunstancia y a la masa?

2 comentarios:

.Avi dijo...

Buena imagen, vos la hiciste?

Ninch dijo...

¿Por qué no comentás sobre el tema del mini ensayo? No, no la hice, pero la modifiqué bastante.