5 de enero de 2012

El caminar es lo que nunca cesa

Cuando uno finalmente decide avanzar entre todo el cristal roto que se acumula en el momento en que los sueños comienzan a morir, es inevitable herirse los pies en los primeros pasos. Las gotas de sangre ruedan como lágrimas por la piel todavía tierna. Las gotas de sangre colorean los vidrios de juventud, los vidrios que no han cesado de reflejar los cielos serenos que traerán tormentas. 

No es lo mismo comenzar el camino despojado de heridas. No es lo mismo llevar todavía encima el caracol cristalino, moverse suavemente sobre lechos de estrellas. No es lo mismo ver hacia atrás y encontrar sólo un sendero solitario en medio del verdor. 

La piel de mis pies ya no es tierna. Las heridas y su monumento a la oscilación primordial de romper y nacer persisten. Los vidrios se acumulan, cerros y cerros de vidrio en el corazón, como una extraña clepsidra marcando el paso del nacimiento y la muerte, que se confunden entre sí.

El caminar es lo que nunca cesa. 

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