7 de noviembre de 2013

Reflexiones sobre el tiempo del menisco

Este mes, una de las personas que más he amado en mi vida se va a México y luego a Nicaragua, a fijar su residencia en ese país.

Cuando estaba pequeña, veía a las personas y al tiempo de esta forma: dos grandes grupos que se dividían, que coexistían en una especie de armonía, sin cuestionarse, perfectamente cercados. Creía saber, también, quiénes formaban parte de uno y de otro tiempo. Las personas estaban perfectamente definidas, encajaban en su tiempo y no podían salirse de él.

Conforme he crecido (han pasado casi diez años de esa entrada, allá arriba), es obvio que las cosas no son tan sencillas. Las personas nunca permanecen, nunca descansan, nunca dejan de moverse. Es parte de la vida humana: ese trajín de amar, abandonar, sacrificar algo (o todo) en arras de un amor, ser sacrificados, moverse, descentrarse, deshacerse en moción perpetua.

Yo misma me he desencajado, me he movido, he girado y girado, en un loco baile de destrucción. He tomado y me han quitado.

Al mismo tiempo, quienes estaban en mi tiempo ancestral, mi tiempo perpetuo, ya no son los mismos: unos han sido exiliados, otros lo han abandonado. Cosa curiosa, sin embargo: algunos de los que estaban en el tiempo del menisco, en esa fortaleza contingente, han traspasado esa barrera, se han convertido, a fuerza de su constancia y de ese algo más imposible de especificar, en aquellos que permanecen, en los verdaderos.

Todos nosotros elegimos qué alianzas vamos a preservar. Todos nosotros decidimos qué relaciones merecen la pena y cuáles no; quiénes van a estar en nuestra vida y quiénes serán excluidos de ella. A veces elegimos de manera fatua, sin considerar lo que puede ocurrir, como simples humanos que se lanzan al vacío prendidos en llamas.

Este mes, una de las personas que más he amado se va para México y luego a Nicaragua, a fijar su residencia en ese país. Una de las personas que consideré vital a mi existencia; un punto de referencia ineludible en mi vida. Alguien de quien nunca creí separarme de verdad. Uno de los que yo consideraba del tiempo perpetuo. Este mes se va, se va de la forma más total posible. Sin redes sociales, correos o teléfonos que mitiguen la ausencia. Se va y es como si parte de mi historia, depositada en esta persona, sea cortada de tajo y desechada, en favor de los recuerdos que el futuro depara.

Es inevitable esa dialéctica del tiempo, ese perder y ganar sobre los cuales oscilamos. Aquello que antes fue un vals inconsecuente, febril, eventualmente se convierte en la consciencia de la soledad, de ese extraño frío que divide a los humanos. O, al menos, que me separa a mí de los humanos.

Siempre tendremos el tiempo del menisco. Bon voyage.

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